Al principio ella le evita la mirada. Sabe que esta ahí, que discretamente acaricia su silueta que se balancea. Nota esas caricias a distancia, furtivas, ojos oscuros que, mezclados con los demas, se demoran tan solo medio segundo más en ella. Le halagan, le hace sentirse atractiva, deseada, pero al mismo tiempo culpable, es un deseo que no debiera ser, se resiste y lo aparta, es algo que no está bien.
El ritmo les envuelve, creciendo en intensidad y calor, fuego de muchedumbre que se agolpa y suda. Y ellos van alimentando esa hoguera, con sus cuerpos danzando, sus manos golpeando, sus voces, sus risas Crece y crece, ella lo siente dentro de si, esa necesidad que viene de sus entrañas de liberar su cuerpo, de curvarse en sus propias curvas, de entregarse y hacerse animal. Y ahí está él, fiel y constante, firme, sus ojos encendidos, su sonrisa fiera, sus manos encallecidas, todos sus músculos, sus nervios, sus tendones entregados.
Él sabe que no debiera sentir lo que siente, pero es hierro fundido lo que corre por sus venas ahora, es expresión pura del deseo más salvaje, más indómito, que no entiende de moral ni de compromisos, que es aquí y ahora, huracán de vida, abandono a la sensación, a lo que sería si él y ella...
Y entonces llega ese momento, inevitable, que ambos saben que se va a producir. Con los pies desnudos bien agarrados a la tierra, mojados de sudor, con los corazones dando todo de sí, justo entonces, él la llama. Y ella no puede menos que volverse a él, porque reconoce la llamada, reconoce la voz de esas manos que le cantan. Y empezando de menos a más, jaleado por el círculo a su alrededor, sus manos le cuentan la pasión con la que le iban a coger, a abrazar, a fundir su cuerpo en el suyo, así, embrutecidos y sedientos el uno del otro. Y ella le contesta con un contoneo amplio y enérgico, aceptando ese deseo y exhibiendo el suyo, dando pié a otra llamada, a un beso sordo y cerrado, y se enlazan una en el otro, manos que recorrerían ávidas esos cuerpos que se reclaman, el uno a la otra. Ella se entrega a él, atrapando así su ritmo en su danza, y él la hace vibrar como lo haría haciendola suya, dándole toda su fuerza y su calor. Se miran, ahora sí, dos pares de carbones que se lo dicen todo, se huelen, dos
animales que se juntarían con violencia, ardiendo, casi se rozan, la piel erizada por esa certeza de saber que harían un fuego de piel y piel, de labios que queman, de manos que buscan, de humedad contra firmeza, de respiraciones jadeadas, de abandono y de entrega total, absoluta, carnal...
Cuando ambos caen rendidos todavía queda el rescoldo de lo que hubiera sido, esa pasión no apagada, que ambos saben sin necesidad de palabras. Queda en el aire esa promesa, ese tal vez. La música, como la vida, sigue su curso tras haber celebrado toda la multitud ese momento que quizás solo ellos dos hayan entendido del todo, y ella se vuelve, sabiendo que esos ojos que la dibujan le prometen que, una vez más, ella volverá a bailar tan solo para él.
Quien sabe. Tal vez.
1 comentário:
ai que vontadinha de bailar que me deu esta posta! deve ser do solsticio.
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